TEJER CANTANDO

Andrés Vallejo Espinosa

Dudé si asistir al taller sobre Amazonía y cultura al que me estaban invitando. En mi experiencia, estos encuentros amazónicos realizados en Quito no suelen ser muy interesantes, dominados como suelen estar por visiones new age de rituales de ayahuasca y defensas idealizadas del noble salvaje. La norma es una tendencia a la exotización, la folklorización o la victimización. Por eso no suelo ir a los por fortuna pocos que me invitan.

Esa fue mi primera reacción cuando recibí el mensaje de Ecua. La presencia de Fabiano Kueva entre los convocantes fue lo que me llamó la atención —todas sus movidas son bestiales, desde su archivo Humboldt hasta la catálisis de la memoria en el barrio de Solanda de Quito. A partir de ahí, encontré entre los invitados algunos nombres interesantes, incluso inusitados, que picaron mi curiosidad. ¿Qué tendría que decir un artista como Marcelo Aguirre sobre la Amazonía, una región con la que no lo asociaba para nada?

La segunda grata anomalía llegó cuando en busca del sitio de la reunión el taxi se encaramó por las faldas del Pichincha. Lo encontramos casi en sus minifaldas, pues incluso la avenida Occidental iba quedando abajo en el valle. Era como si los organizadores nos propusieran pararnos de puntillas para alcanzar a ver el Oriente por sobre el cerro Puntas y los páramos de Cangahua. Después supe —lo que también explicaba la buena vibra— que el Centro Misionero del Verbo Divino, donde estábamos, fue un epicentro de la organización social ligada a la teología de la liberación durante los años ochenta.

El recinto estaba lleno de amazónicos y amazonizados, esos cohuori, o afuereños,  afectados para siempre por el embrujo de la selva, de quienes se dice también que “les cogió el bosque”, que sufren de la condición de haber pasado un tiempo en la Amazonía y no haber podido ya regresar. Que es otra forma de decir que, si regresaron, ya no regresaron los mismos. O que vayan donde vayan llevarán a cuestas la selva dentro sin remedio, no ya como una memoria o como un conjunto de datos, sino como parte intrínseca de lo que uno es o de lo que se ha convertido, y como un compromiso.

Ya en el evento, empezó la ronda de presentaciones, rápidas y concisas. Al grato encuentro de viejos conocidos o de iniciativas de las que ya tenía noticia, sucedían otras nuevas, novedosas, que abrieron mis ojos a aspectos inexplorados del quehacer político y cultural amazónico.

La recapitulación que hizo Sofía Torres de la campaña por la recolección de firmas para dejar el petróleo del Yasuní-ITT bajo tierra, y del infame fraude estatal que le siguió (y que continúa) para eludir la voluntad popular. La proyección de los reportajes comunitarios con que Chinki Nawech y el resto del equipo de comunicación del Pueblo Shuar Arutam evidencian las agresiones de la minería en su territorio. El repaso del definitivo retrato tecnoancestral que Misha Vallejo hizo del pueblo de Sarayaku, y el descubrimiento de la fotografía delicada y misteriosa de María Primo, tanto la realizada en el Yasuní como en otros lugares del mundo. La explicación de Manuela Ima y Romelia Papue de cómo se realizaron los tejidos wao que ellas expusieron en la bienal de Venecia —tejen mientras conversan, tejen mientras cantan, y en su canto y en sus tejidos se recrean los mitos y la historia de su pueblo. El deslumbramiento frente a la obra de Angélica Alomoto, quien saca las piezas cerámicas y de orfebrería de los museos a “buscar la vida” en wakas y ríos para que retomen su naturaleza ritual. La biblioteca oral Muyu que la poeta Yana Lucila Lema dirige en Peguche, donde se organizan círculos de mayores que cuentan historias kichwas a los niños. El testimonio de Alicia Cawiya y sus compañeras dirigentes —todos recordamos cuando en 2013 Alicia enfrentó al poder que quizo valerse de ella en la Asamblea Nacional, en uno de los gestos más dignos y valientes de la década correísta— el testimonio de las dirigentes waorani, digo, de la persecución matonil que sufren, desde ese tiempo hasta ahora, por defender su territorio frente a la minería y la explotación petrolera.

Desde la realización del Laboratorio ECUA en febrero de 2025 han pasado siete meses. En este lapso las experiencias que se presentaron allí y los encuentros que allí se gestaron han adquirido nuevos y más urgentes significados. Con el pretexto de la lucha contra las violencia del narcotráfico, se cocina desde el gobierno, ya sin ninguna duda, un proyecto autoritario cuyo real objetivo es la profundización del extractivismo sin las trabas que implica la democracia, su eje articulador es el desmantelamiento de derechos y su ariete es una asamblea constituyente bastarda. No se me ocurre mejor contra que tejer cantando.